Si el doctor dice que está muerto...

Por Dr Sergio Ribé.

Antes de recibirme, durante tres años, hice guardias como practicante en el Hospital General de Melchor Romero. Recuerdo una noche en especial, de las primeras guardias que tuve, en la que la serenidad era tan grande que nos ocasionaba una rara sensación, como la de un mal presagio(los médicos a veces tenemos como un sexto sentido para percibir cuando se nos acercan los problemas); entonces fuimos bruscamente sobresaltados por los gritos de un hombre, que entró corriendo por la sala con una mujer en brazos. Al acercarnos con mi compañero, aún inexperto como yo, observamos que la mujer estaba pálida, fláccida y no respiraba. Salí rápidamente a buscar al médico que estaba de turno, mientras mi compañero se sumaba a los gritos de aquel hombre. Al regresar junto a mi instructor, al que había logrado alarmar, observó a la paciente durante cuatro o cinco segundos, luego nos miró a nosotros, con una cara difícil de olvidar, entre de regaño ,comprensión y sorna; y para sorpresa de todos, apretó fuertemente la nariz de la mujer, obstruyéndola durante algún tiempo. De golpe, ella abrió la boca y respiró aparatosamente, como luego de contener largamente el aire; esa mujer, que parecía muerta, tenía obviamente una crisis histérica. Entonces entendí aquella mirada del instructor y aprendí mi primera lección sobre la muerte.

Aún hoy sigo aprendiendo sobre ella.

A pesar de que los médicos podemos diagnosticar habitualmente con certeza la falta de vida, no siempre podemos asegurar “el cuando” una persona está muerta. Tranquilos…Seguramente todos han oído historias sobre muertos que despiertan en los velatorios y ataúdes rasguñados; pero no me refiero a ese tipo de duda diagnóstica, sino a que todavía hoy, no hay acuerdo en como definir a la muerte.

El concepto de muerte implica no solo cuestiones médicas, sino también antropológicas, religiosas, éticas, y jurídicas. Dependiendo desde que óptica se la mire, la definición y el significado cambian, y mucho. Y aunque es apasionante el estudio de cada una de estas diferentes visiones, no es la finalidad de este artículo.

Desde la antigüedad la falta de los signos de vida (Respiración, latidos cardíacos y conciencia) han sido los criterios populares para dar por fallecida a una persona. Luego ,los velatorios prolongados, aseguraban que el muerto estuviera “bien muerto”, ya que iban apareciendo los signos cadavéricos característicos; y si aún quedaba alguna duda, por ejemplo en una época hubo hasta ataúdes con un hilo atado a una campana externa, para ser salvados por su sonar, en el caso que uno se “despertara”.Todo esto alimentado por mitos y fantasías, pero también por desconocimiento y por una enfermedad, que actualmente es una rareza, llamada Catatonía de Kahlbaum, una especie particular de esquizofrenia en la que había falta de conciencia sostenida, palidez importante y ausencia de movimientos ,que asemejaban la falta de vida(aunque con pulso y respiración, que por supuesto había que detectar).

La experiencia acumulada por las distintas sociedades sobre la irreversibilidad de la falta de signos de vida y la incorporación posterior de conocimientos médicos han mantenido como válidos a estos criterios de muerte(comúnmente llamados cardiorrespiratorios o “muerte clínica”).Una salvedad es aquí importante: si esto ocurre ante nosotros en forma repentina y no se conoce la evolución previa, es decir, si es o no el final de una enfermedad, estamos obligados a reanimar a la persona tratando de mantener la vitalidad de los órganos y posteriormente revertir la situación, en búsqueda del retorno de las funciones vitales. A esto se lo llama paro cardiorrespiratorio y es una zona gris en cuanto a definiciones, aunque no en cuanto a que si se mantiene, a pesar del tratamiento adecuado, implica si o si la confirmación del fallecimiento.

Pero a la ciencia le cuesta convivir con los grises, de manera que situaciones como la anterior y otros hechos como el poder mantener algunas funciones en pacientes comatosos sin retorno, al surgir los respiradores mecánicos, motivaron que en 1968, un Comité de la Escuela de Medicina de Harvard, estableciera el concepto de “muerte encefálica”, como la falta de funciones cerebrales “totales” en forma irreversible. Esto es un cambio sustancial, ya que le sacó protagonismo al corazón como el primero en la jerarquía de órganos vitales, cediendo al cerebro la condición primordial para el sostén de la vida.

El término “muerte” encefálica puede ser dudoso a la mirada ética o religiosa, en cuanto a si es o no, la finalización del organismo como un todo. Pero no deja dudas, sobre que a pesar de que funcionan algunos órganos, en forma individual, irremediablemente lleva a la muerte clínica. La importancia de esto radica en la posibilidad de usar esos órganos para ser trasplantados.

Para certificar la muerte clínica hace falta que el médico, constate entonces, la falta de respiración, de latidos y de algunos signos neurológicos clásicos. Pero para certificar la muerte encefálica, en el caso de ingresar en un operativo de trasplante, se requiere que DOS médicos hagan el diagnóstico. Uno debe ser neurólogo, y la observación, en ningún caso, será menor a 6 Hs. Además, avalados por distintas pruebas específicas y por un estudio de certificación de inactividad encefálica (electroencefalograma, doppler transcraneal, entre otros), que también debe ser repetido con un intervalo no menor a las 6 Hs, recién allí certificarán que hay muerte cerebral.

Como verán no existe en la actualidad la necesidad de dejar una campana afuera“por las dudas”, pero menos existe aún, la posibilidad de error en el diagnóstico de irreversibilidad neurológica para que un cuerpo sea usado con el fin de trasplantar sus órganos.

Y este es el por qué de este artículo. No vale la pena gastar energías vitales en rumiar sobre la muerte, que por otra parte ocupará una fracción de tiempo casi inexistente en la totalidad de nuestra vida. Pero si tener previsto, que paradójicamente, en ese momento ,la muerte nos presenta la segunda forma que tenemos los humanos de otorgar la vida a otros. Donemos vida. Doná tus órganos.

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